Hace unas pocas semanas Canal + emitía en Informe Robinson un reportaje sobre lo que consideraban más o menos un milagro en el rugby español: que un equipo prácticamente amateur como Vigo hubiera llegado, de la mano de un all black, a la División de Honor. Centraban su mensaje en la sencillez de jugadores y colectivo en la que se habían integrado ciertos agentes capaces de catapultar el rendimiento de sus compañeros, uno por uno y en colectivo, casi exponencialmente.
De manera clara, Maxwell explica como habiendo vivido el paso al profesionalismo en Nueva Zelanda vio cambiar el mundo en el que vivía. El rugby se transformó en algo mucho más artificial en lo que no se sentía cómodo... y se alejó en búsqueda de la motivación real que necesitaba. Apela a una forma de entender el rugby más espiritual y menos programada, que sitúe a los jugadores en un espacio más apropiado para que crezcan y se desarrollen. Aislándoles de presiones innecesarias e identificando los focos de motivación que les hacen multiplicar su rendimiento.
Motivación... probablemente la clave del éxito de Vigo, como de muchos otros equipos en la historia de cualquier deporte u otro ámbito. Sin ir más lejos, de Cau Metropolitano el sábado pasado en Orcasitas.
Admito que no es un tema ajeno a mis posts, pero hoy más que nunca creo que es necesario ponerlo bajo la luz de los focos y escribir sobre ello. La motivación colectiva del primer equipo de Majadahonda es hoy fuente de preocupación cuando menos. Con un objetivo colectivo no precisamente ilusionante, pobremente comunicado y no demasiado bien acompañado por las carencias propias del equipo, muchos individuos están instalándose en el limbo motivacional y adoptan decisiones basadas en lo que les apetece o no hacer. Cuando las luces se apagan, cada cual agacha la cabeza y busca el camino a su casa recogiendo las piedrecitas del camino, sin mirar hacia adelante ni hacia atrás.
Francamente, creo que es tiempo de plantear seriamente por qué coño somos parte de esto. De buscar elementos de satisfacción más allá del resultado. De celebrar cada pequeño éxito en lugar de lamentarse de los tropiezos. De hacer sacrificios y asumir riesgos. De rebajar, varios listones, nuestra vanidad. De apoyarse más a menudo y más firmemente en los verdaderos líderes dentro del equipo. De asumir que no tienen por qué ser los viejos del lugar, sino los que aun siendo novatos con cada acción se ganan el respeto por su ejemplo y no por que griten más o más alto. De comulgar mucho más de cerca con el segundo equipo y la cantera. De generar sinergias entre los equipos que contribuyan a ese caldo de cultivo en el que germine la nueva identidad de este grupo. De comprender qué le motiva a cada jugador. De ocuparse y no preocuparse sobre el porqué de las cosas que no terminan de funcionar...
De encontrar un Maxwell en cada entrenador. Un Piri Weepu que se eche el partido a la espalda en cualquier novato. Un Brad Thorne entre los más viejunos que celebre como el primero cada uno de sus partidos como titular. Un Dusatoir al que admirar y encumbrar como man of the match. Un Stephen Jones que ponga la calma necesaria cuando salga desde el banquillo. Un Will Genia al que seguir hasta la muerte en sus primeros pasos al frente del equipo.
Y más que nunca, un psicólogo que nos ayude a entender para qué nos comprometimos.
Me encanta que vuelva Garganta Profunda.
ResponderEliminarCasi seguro que la mejora del CAU es que hay un etrenador de Vigo.
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