jueves, 27 de octubre de 2011

Buscando motivación

Hace unas pocas semanas Canal + emitía en Informe Robinson un reportaje sobre lo que consideraban más o menos un milagro en el rugby español: que un equipo prácticamente amateur como Vigo hubiera llegado, de la mano de un all black, a la División de Honor. Centraban su mensaje en la sencillez de jugadores y colectivo en la que se habían integrado ciertos agentes capaces de catapultar el rendimiento de sus compañeros, uno por uno y en colectivo, casi exponencialmente.

De manera clara, Maxwell explica como habiendo vivido el paso al profesionalismo en Nueva Zelanda vio cambiar el mundo en el que vivía. El rugby se transformó en algo mucho más artificial en lo que no se sentía cómodo... y se alejó en búsqueda de la motivación real que necesitaba. Apela a una forma de entender el rugby más espiritual y menos programada, que sitúe a los jugadores en un espacio más apropiado para que crezcan y se desarrollen. Aislándoles de presiones innecesarias e identificando los focos de motivación que les hacen multiplicar su rendimiento.

Motivación... probablemente la clave del éxito de Vigo, como de muchos otros equipos en la historia de cualquier deporte u otro ámbito. Sin ir más lejos, de Cau Metropolitano el sábado pasado en Orcasitas.

Admito que no es un tema ajeno a mis posts, pero hoy más que nunca creo que es necesario ponerlo bajo la luz de los focos y escribir sobre ello. La motivación colectiva del primer equipo de Majadahonda es hoy fuente de preocupación cuando menos. Con un objetivo colectivo no precisamente ilusionante, pobremente comunicado y no demasiado bien acompañado por las carencias propias del equipo, muchos individuos están instalándose en el limbo motivacional y adoptan decisiones basadas en lo que les apetece o no hacer. Cuando las luces se apagan, cada cual agacha la cabeza y busca el camino a su casa recogiendo las piedrecitas del camino, sin mirar hacia adelante ni hacia atrás.

Francamente, creo que es tiempo de plantear seriamente por qué coño somos parte de esto. De buscar elementos de satisfacción más allá del resultado. De celebrar cada pequeño éxito en lugar de lamentarse de los tropiezos. De hacer sacrificios y asumir riesgos. De rebajar, varios listones, nuestra vanidad. De apoyarse más a menudo y más firmemente en los verdaderos líderes dentro del equipo. De asumir que no tienen por qué ser los viejos del lugar, sino los que aun siendo novatos con cada acción se ganan el respeto por su ejemplo y no por que griten más o más alto. De comulgar mucho más de cerca con el segundo equipo y la cantera. De generar sinergias entre los equipos que contribuyan a ese caldo de cultivo en el que germine la nueva identidad de este grupo. De comprender qué le motiva a cada jugador. De ocuparse y no preocuparse sobre el porqué de las cosas que no terminan de funcionar...

De encontrar un Maxwell en cada entrenador. Un Piri Weepu que se eche el partido a la espalda en cualquier novato. Un Brad Thorne entre los más viejunos que celebre como el primero cada uno de sus partidos como titular. Un Dusatoir al que admirar y encumbrar como man of the match. Un Stephen Jones que ponga la calma necesaria cuando salga desde el banquillo. Un Will Genia al que seguir hasta la muerte en sus primeros pasos al frente del equipo.

Y más que nunca, un psicólogo que nos ayude a entender para qué nos comprometimos.

domingo, 23 de octubre de 2011

Recuerdos de una realidad no vivida

Cuando finalmente Deckard termina con la lista de fugitivos del modelo Nexus 6 que la Tyrell Corporation facilita al LAPD, decide abandonar con Rachel la ciudad en busca de un futuro mejor. Sin entender bien qué quiso decir Gaff con ese intrigante "It's too bad she won't leave, but then again, who does?", el blade runner huye hacia adelante con su enamorada... para descubrir al encontrarse con el unicornio de papel que él mismo es, como Rachel, un replicante más. Que Gaff lo sabía, y que había vivido engañado toda su vida hecha de implantes y retales de recuerdos ajenos.



Y es que no hay nada más real que lo que uno quiere creer, oír o ver. Resulta cuando menos curioso observar el hondo calado de cualquier comentario, con mayor o menor aspiración literaria, entre la escasa parroquia que formamos el mundo del rugby en este país. Como yonkies de crack adulterado, buscamos cualquier reseña sobre el último partido jugado en un intento de saborear de nuevo el momento que tan intensamente vivimos hace unos días. Como el mareo producido tras la liberación de hormonas en un déjà vu, nos aferramos a las sensaciones encerradas en la memoria para disfrutar, nuevamente, del trance vivido.

Y es al despertar y reconocer que no estamos en el campo, que los recuerdos no son nuestros, que estamos en una realidad robada a otro, cuando de manera súbita reaccionamos con la más feroz de las críticas. Amancillando la crónica de cualquiera que disienta de la esencia almacenada en nuestras neuronas. Sin importarnos, ni siquiera reconocer, que tal vez haya cierta motivación escondida o se buscara un efecto alternativo en otro colectivo ajeno.

No. Queremos nuestra realidad.

Sin admitir nunca que tal vez no haya existido jamás.